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4 de junio: no más día de los niños.



Hoy se conmemora el día de millones de niños... pero es un día diferente al que estamos acostumbrados a escuchar. El 4 de junio es el día escogido por la Organización de las Naciones Unidas para recordar internacionalmente a todos los niños, niñas y adolescentes víctimas inocentes de agresión. Si bien en un principio se pensó esta fecha sobre todo para para tener en la memoria a los chicos víctimas de conflictos bélicos, rápidamente se utilizó para pedir y exigir por todos aquellos que son víctima de violencia, destrato, explotación o cuyos derechos están siendo vulnerados de alguna manera.

Realmente todas las palabras que se me ocurren no me alcanza para explicar lo inexplicable. Es por eso que les dejo un fragmento de un texto de Eduardo Galeano, que supo ser directo, certero y lamentablemente realista.

En América Latina, los niños y los adolescentes suman casi la mitad de la población total. La mitad de esa mitad vive en la miseria. Sobrevivientes: en América Latina mueren cien niños cada hora, por hambre o enfermedades curables, pero cada vez hay más niños pobres en las calles y en los campos de esta región que fabrica pobres y prohíbe la pobreza. Niños son, en su mayoría los pobres, y pobres son, en su mayoría, los niños. Y entre todos los rehenes del sistema, ellos son los los que peor la pasan. La sociedad los exprime, los vigila, los castiga, a veces los mata. Casi nunca los escucha, jamás los comprende.

(...) Después de aprender a caminar, aprenden cuáles son las recompensas que se les otorga a los pobres por portarse bien: ellos y ellas, son la mano de obra gratuita de los talleres, las tiendas y las cantinas caseras. O son la mano de obra a precio de Ganga de las industrias de explotación que fabrican ropa deportiva para las grandes empresas multinacionales. Trabajan en faenas agrícolas o en los trajines urbanos, o trabajan en sus casas, al servicio de quien allá mande. Son esclavitos o esclavitas de la economía familiar o del sector de la economía globalizada.

En los basurales de la ciudad de México, Manilla o Lagos, juntas vidios, latas y papeles, y disputan los restos de comida con los buitres.

Se sumergen en el Mar de Java, buscando perlas;

persiguen diamantes en las minas del Congo.

Son topos en las galerías de las minas del Perú, Imprescindibles por su corta estatura y cuando sus pulmones no les dan más, van a parar a cementerios clandestinos.

Cosechan café en Colombia y en Tanzania, y se envenenan con los pesticidas;

También se envenenan con los pesticidas en las plantaciones de algodón de Guatemala y en las bananeras de Honduras.

En Malasia recogen la leche de los árboles de caucho, en jornadas que se extienden de estrella a estrella.

Al norte de la India se derriten en los hornos de vidrio, y al Sur en los hornos de ladrillo.

En Bangladesh desempeñan más de trecientas ocupaciones diferentes, con salarios que oscilan entre nada y la casi nada por cada día de nunca acabar.

Venden fruta e los mercados de Bogotá y venden chicles en los autobuses de San Pablo;

limpian parabrisas en las esquinas de Lima o San Salvador, Lustran zapatos en las calles de Caracas.

Cosen ropa en Tailandia y cosen botines de fútbol en Vitnam.

Cosen pelotas de fútbol en Pakistán y pelotas de béisbol en Honduras y Haití para pagar las deudas de sus padres, recogen té o tabaco en las plantaciones de Sri Lanka y cosechan jazmines en Egipto, con destino a las perfumerías francesas.

Alquilados por sus padres, tejen alfombras en Irán, Nepal y en la India, desde antes del amanecer hasta pasada la media noche, y cuando alguien llega a rescatarlos, preguntan “¿es usted mi nuevo amo?”

Vendidos a cien dólares, se ofrecen en Sudán para labores sexuales.

(...)Por la fuerza reclutan niños los ejércitos, en algunos lugares de África, Medio Oriente y América Latina. En las guerras, los soldaditos trabajan matando, y sobre todo muriendo: ellos suman la mitad de las víctimas en las guerras africanas recientes. Con excepción de la guerra, que es cosa de machos según cuenta la tradición y enseña la realidad, en casi todas las demás tareas, los brazos de las niñas resultan tan útiles como los brazos de los niños. Pero el mercado laboral reproduce la discriminación que practica con las mujeres: ellas, las niñas, siempre ganan menos que lo poquísimo que ellos, los niños, ganan, cuando algo ganan.


Patas para arriba. La escuela del mundo del revés. Eduardo Galeano, 1998. Fragmentos


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